Personas que funcionan en “modo queja”. Cómo reconocerlas y tratar con este tipo de personas. 2


El-habito-de-quejarse
Todos, en algún que otro momento, hemos asumido el papel de víctimas. Sin embargo, hay personas que se convierten en víctimas permanentes, sufren lo que podríamos considerar como un “victimismo crónico”. Estas personas se disfrazan de falsas víctimas, ya sea de forma consciente o inconsciente, para simular una agresión inexistente y, de paso, culpar a los demás, liberándose de toda responsabilidad.
En realidad, el victimismo crónico no es una patología, pero podría desembocar en un trastorno paranoide, cuando la persona insiste en culpar continuamente a los demás de los males que padece. Además, esta forma de afrontar el mundo, de por sí, conduce a una visión pesimista de la realidad, que produce malestar, tanto en la persona que se queja como en quien recibe la culpa.
En muchos casos, la persona que abraza el victimismo crónico termina alimentando sentimientos muy negativos, como el resentimiento y la ira, que desembocan en un victimismo agresivo. Es el típico caso de quien no se limita a lamentarse sino que ataca y acusa a los demás, mostrándose intolerante y vulnerando continuamente sus derechos como personas.
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Radiografía de una víctima crónica

– Deforman la realidad. Este tipo de personas creen firmemente que la culpa de lo que les sucede es de los demás, nunca es suya. En realidad, el problema es que tienen una visión deformada de la realidad, poseen un locus de control externo, y creen que tanto las cosas positivas como las negativas que ocurren en su vida no dependen directamente de su voluntad, sino de las circunstancias externas. Además, sobredimensionan los aspectos negativos, desarrollando un pesimismo exacerbado que les llevan a centrarse solo en las cosas negativas que les suceden, obviando las positivas.
– Hallan consuelo en el lamento. Estas personas creen que son víctimas de los demás y de las circunstancias, por lo que no se sienten culpable ni responsables de nada de lo que les sucede. Como resultado, lo único que les queda es lamentarse. De hecho, suelen encontrar placer en el acto de quejarse porque así asumen mejor su papel de “pobres víctimas” y logran llamar la atención de los demás. Estas personas no piden ayuda para solucionar sus problemas, solo se lamentan de sus desdichas en la búsqueda desenfrenada de compasión y protagonismo.
– Buscan culpables continuamente. Las personas que asumen el papel de víctimas eternas, desarrollan una actitud recelosa, suelen creer que los demás siempre actúan de mala fe, solo para ponerles la zancadilla. Por eso, suelen tener un afán casi morboso por descubrir agravios nimios, sentirse discriminados o maltratados, solo para reafirmar su papel de víctimas. Así, terminan desarrollando una hipersensibilidad y se convierten en especialistas en formar una tormenta en un vaso de agua.
– Son incapaces de realizar una autocrítica sincera. Estas personas están convencidas de que no tienen la culpa de nada, por lo que no hay nada que criticar en sus comportamientos. Como la responsabilidad es de los demás, no aceptan las críticas constructivas y, mucho menos, realizan un examen de conciencia a fondo que les lleve a cambiar su actitud. Para estas personas, los errores y defectos de los demás son intolerables, mientras que los propios son una simple sutileza. Después de todo, las víctimas son ellos.

¿Cuáles son sus estrategias?

Para que una persona pueda asumir el papel de víctima, tiene que haber un culpable. Por tanto, debe desarrollar una serie de estrategias que le permitan lograr que la otra persona asuma la culpabilidad en el asunto. Si no somos conscientes de estas estrategias, es probable que caigamos en sus redes y que incluso estemos dispuestos a cargar con toda la culpa sobre nuestras espaldas.

1. Retórica victimista

Básicamente, la retórica de esta persona se dirige a descalificar los argumentos de su adversario. Sin embargo, en realidad no refuta sus afirmaciones con otros argumentos que sean más válidos, sino que se encarga de que la otra persona asuma, sin darse cuenta, el papel de atacante.  ¿Cómo lo hace? Simplemente asume el rol de víctima en la discusión, de forma que la otra persona quede como alguien autoritario, poco empático o hasta agresivo. Es lo que se conoce en el ámbito de la argumentación como “retórica centrista” ya que la persona se encarga de mostrar a su adversario como un extremista, en lugar de preocuparse por refutar sus afirmaciones. De esta manera, cualquier argumento que esgrima su adversario, será solo una demostración de su mala fe.

Por ejemplo, si una persona se atreve a contrastar una afirmación con un hecho irrefutable o con estadísticas provenientes de fuentes fiables, la víctima no le responderá con hechos sino que dirá algo así como: “Siempre me estás atacando, ahora dices que miento” o “Estás intentando imponer tu punto de vista, haz el favor de disculparte”.
2. Retirada victimista

En algunos casos, el discurso de la víctima está dirigido a eludir su responsabilidad y evitar tener que disculparse o reconocer su error. Por eso, intentará escabullirse de la situación. Para lograrlo, su estrategia consiste en desprestigiar el argumento del vencedor, pero sin llegar a reconocer que estaba equivocado.

¿Cómo lo hace? Una vez más, asume el rol de víctima, juega con los datos a su antojo y los manipula a su conveniencia con el objetivo de sembrar la confusión. Básicamente, esta persona proyectará sus errores en el otro.
Por ejemplo, si una persona le responde con un dato comprobado, que niega su afirmación anterior, la víctima no reconocerá su error. En todo caso, intentará hacer una retirada digna y dirá algo así como: “Ese hecho no niega lo que he dicho. Por favor, no cree más confusión y caos” o “Me está culpando de confundir a los demás, no tiene educación, es evidente que es inútil discutir con usted porque no atiende a razones”, cuando en realidad quien crea el desconcierto es él mismo.
3. Manipulación emocional

Una de las estrategias preferidas de las víctimas crónicas es la manipulación emocional. Cuando esta persona conoce bastante bien a su interlocutor, no dudará en jugar con sus emociones para poner el tablero a su favor y adoptar el rol de víctima. De hecho, estas personas son muy hábiles reconociendo emociones, por lo que utilizan cualquier resquicio de duda o culpa en su beneficio.

¿Cómo lo hacen? Descubren el punto débil de su adversario y explotan la empatía que este puede sentir. De esta forma, terminan envolviéndole en su tela de araña, para que esa persona adopte toda la responsabilidad y el papel de verdugo, mientras ellos se quedan cómodos en su rol de víctimas y pueden seguir lamentándose.
Por ejemplo, una madre que no quiere reconocer sus errores, puede poner la culpa en el hijo diciendo cosas del tipo: “Con todo lo que he hecho por ti, y así me pagas”. Sin embargo, este tipo de manipulación también es muy común en las relaciones de pareja, entre amigos e incluso en el ámbito laboral.

¿Cómo enfrentar a este tipo de personas?

El primer paso consiste en darse cuenta de que estamos ante una persona que asume el rol de víctima. Luego, se trata de resistir el embate y no dejar que nos enrede en su juego. Lo más sensato es decirle que no tenemos tiempo para escuchar sus lamentaciones, que si quiere ayuda o una solución, con gusto le ayudaremos, pero que no estamos dispuestos a perder tiempo y energía escuchando continuamente sus quejas.

Recuerda que lo más importante es que estas personas no te arruinen el día descargando en ti su dosis de negatividad y, sobre todo, que no te hagan sentir culpable. No olvides que solo te puede herir emocionalmente, aquel al que le des suficiente poder.

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2 ideas sobre “Personas que funcionan en “modo queja”. Cómo reconocerlas y tratar con este tipo de personas.

  • M.Z

    buenas tardes:
    ¿Por qué las quejas no son la solución?

    1. Las quejas conducen al inmovilismo. Las personas pueden quejarse cuánto quieran pero lo cierto es que llorar sobre la leche derramada no les servirá de mucho. Quejarse implica asumir el papel de víctima, implica despojarse del control y ponerlo en una entidad externa, implica quedarse inmóvil al borde del camino, lamentándose por lo ocurrido mientras las personas a su alrededor, que quizás han vivido la misma situación, se recomponen y continúan adelante.

    2. Las quejas son un agujero negro por donde escapa la energía. Lamentarse por los errores del pasado, por las oportunidades que no se aprovecharon o por los problemas del presente solo consume energías inútilmente. La queja implica una focalización en los aspectos negativos mientras que lo que necesitamos para avanzar es precisamente lo contrario: centrarnos en los aspectos positivos. La persona que se queja continuamente lleva unas gafas grises y con ellas percibe el mundo (algunas incluso han olvidado que existen los colores).

    3. Las quejas generan un estado de ánimo muy negativo. Todos los sucesos entrañan aristas positivas y negativas, centrarse en las limitaciones, los daños, la incomodidad y los fracasos solo generará frustración, tristeza e ira. De hecho, las personas que se quejan por todo casi siempre están enfadadas y sienten una profunda inquietud porque están a la espera permanente de que el mundo las sorprenda con otra “desgracia”.

    4. Las quejas impiden buscar soluciones. Como estas personas no son capaces de apreciar el aspecto positivo de los hechos, se quedan regodeándose en la pena. No son capaces de sacarle provecho a las situaciones y aunque la fortuna tocase a su puerta, no podrían verla y aprovechar la oportunidad que les brinda. Por tanto, al final, la queja continua se convierte en una profecía que se autocumple.

    5. Las quejas afectan las relaciones interpersonales. Todos tenemos nuestros propios problemas pero normalmente no andamos por el mundo pregonándolos para ver cuál es mayor, como si se tratase de un concurso de víctimas. Un día, nos da placer consolar a un amigo y escuchar sus penas. Al otro día, también. Pero al tercer día comienza a ser desgastante. Por eso, preferimos evitar a las personas que se quejan por todo y se comportan como verdaderos vampiros emocionales. Como resultado, estas personas se quedan solas, debido a un macabro mecanismo que ellas mismas pusieron en marcha. Y si los demás les dejan solo, pues ya tendrá un nuevo motivo para quejarse.

  • M.Z

    buenas tardes: buena reflexión, ¿Quién no se ha quejado al menos en una ocasión por algo que le incomodaba? Toda razón es válida: el retraso del vuelo, el mal tiempo, las medidas del gobierno… en fin, la lista podría ser infinita. Sin embargo, después de haber lanzado unas cuantas imprecaciones continuamos con nuestra vida normal y la queja quedó sepultada en el olvido.

    Sin embargo, hay personas que hacen de la queja su estilo de vida. Y es que el problema no está en las lamentaciones en sí mismas sino en lo que hacemos con ellas y el valor que le damos. Podemos usar la queja como una válvula de escape ante una situación que nos desagrada pero podemos quedarnos colgados de ella y convertirla en una forma permanente de enfrentar las más diversas situaciones.

    Quienes se quejan por todo probablemente tienen varias razones (perfectamente comprensibles, por demás) pero lo importante es no dejarle paso a esta rumiación que no tiene nada de funcional. ¿Qué has resuelto con rezongar (además de ponerte de mal humor y de paso traspasarlo a todos los que te rodean)? ¿Te sientes mejor al poner mala cara? ¿La queja te ayuda a terminar con más rapidez el trabajo? ¿Mejora acaso tus relaciones interpersonales?

    El problema es que cuando la queja se instaura como un estilo de enfrentar la cotidianidad, dejamos de apreciar los aspectos más bellos de la vida, dejamos de sentir gratitud y nos encerramos en un círculo de negativismo del cual es particularmente difícil salir.

    Lo curioso de todo es que normalmente quienes más se quejan son los que menos motivos tienen. Y es que probablemente las personas más pobres o los más desafortunados, han aprendido bien temprano en la vida que quejarse no sirve de nada, es mejor subirse las mangas y poner manos a la obra si deseas cambiar tu realidad. Una idea muy antigua que inmortalizó Thomas Carlyle que afirma: “Nunca debe el hombre lamentarse de los tiempos en que vive, pues esto no le servirá de nada. En cambio, en su poder está siempre mejorarlos.”