¿Por qué se producen los ataques de ansiedad? ¿Por qué se mantienen en el tiempo? 2


Mucho se ha hablado ya de los ataques de ansiedad, qué son y cuáles son sus síntomas y consecuencias. El primer paso y, sin duda, uno de los más importantes, es conocer exactamente qué me ocurre, saber a qué nos enfrentamos, por supuesto. Ahora bien, quizá aún te queden algunas dudas por resolver. Y en este sentido, quizá una de las preguntas más importantes sea: ¿por qué aparecen? ¿Por qué se originó el primer ataque de ansiedad? ¿Por qué no se quedó en un hecho puntual y vuelven a aparecer nuevos episodios, cada vez más frecuentes? E incluso seguramente en algún momento hayas podido incluso pensar la tan común: ¿Por qué a mí y no a otra persona?

¿Por qué se origina el primer ataque de ansiedad?

En muchos casos, el primero de los ataques de ansiedad suele aparecer de forma aparentemente fortuita, e incluso en situaciones en las que la persona suele estar “tranquila” (por ejemplo, en casa viendo la televisión, o incluso en vacaciones, tras una temporada de estrés). Este es uno de los puntos clave, la incertidumbre: no sé por qué ha ocurrido, no encuentro una explicación o causa lógica que pudiera explicarlo (si realmente me hubiese ocurrido tras haber estado corriendo una media maratón, por ejemplo, estos síntomas de activación los entendería como resultado del esfuerzo físico, y quizá no les diese importancia).

Y he aquí la segunda idea clave en los ataques de ansiedad : les doy importancia, por varias razones. Una de ellas, lógicamente, porque son síntomas muy intensos y desagradables, que aparecen de forma súbita y que me asustan, que me preocupan, porque me producen mucho malestar (mención aparte si interpretamos los ataques de ansiedad ya como peligrosos, como síntomas graves de una enfermedad física, como por ejemplo un infarto, que suele ser lo más habitual, al ser lo primero que se nos pasa por la cabeza, por similitud de síntomas). Pero una segunda razón tiene que ver también precisamente por el hecho de no saber por qué han aparecido, tan de repente, sin motivo, como acabamos de ver –y, por tanto, lo lógico sería pensar que entonces podría aparecer de forma imprevista en cualquier otro momento, en cualquier situación (por lo que tengo que estar siempre atento/a, alerta, preparado/a para ello)-.

Me siento entonces indefenso/a ante la situación, siento que no tengo control sobre la ansiedad, que puede aparecer en cualquier momento sin causa aparente y, sobre todo, que haga lo que haga no puedo evitar que aparezca, y mucho menos que pueda hacer algo para eliminarla –o bien porque me quedo paralizado/a o bien porque los intentos que hago no sirven para nada, puesto que la ansiedad cada vez va a más-.

En este punto, por tanto, ya tenemos dos grandes “ingredientes esenciales” para que se vayan gestando nuestros ataques de ansiedad: (intolerancia a) la incertidumbre y la sensación de falta de control (unido a la necesidad de control).

¿Por qué se mantienen en el tiempo (y surgen cada vez más) los ataques de ansiedad?

En este punto entra en escena un nuevo protagonista: surge entonces el miedo al miedo, esto es, el miedo a la propia ansiedad, a que vuelva a aparecer. Y en ello los pensamientos negativos tienen mucha importancia. Cada vez que pienso o recuerdo el episodio, me digo a mí mismo/a que fue “horrible”, que lo pasé “tremendamente mal”, que es “lo peor que le puede pasar a uno”, y quiero evitar a toda costa volver a pasar por una situación así, “no quiero que vuelva a ocurrir, no lo podría soportar”. Por tanto, ya sólo el mero hecho de pensar que me puede volver a ocurrir –y lo catastrófico que sería si me ocurriese- hace que me preocupe y que, indirectamente, me ponga nervioso/a (sobretodo si me encuentro en una situación similar a aquella en la que ocurrió el primer episodio). Por tanto, estoy “llamando” en parte a la ansiedad, sin darme cuenta.

¿Qué ocurre entonces? Se forma un círculo vicioso: en cuestión de segundos, detecto los primeros síntomas fisiológicos de la ansiedad (aceleración cardíaca, dificultad para respirar, etc) –porque, lógicamente, estoy hipervigilante o hiperatento/a a cualquier mínimo cambio en mi cuerpo que pueda significar que la ansiedad vuelve a aparecer- e inmediatamente, aparece por mi mente el pensamiento: “Ya viene, ya está aquí otra vez”. “Esto es horrible”, “Quiero salir de aquí YA”, “Que acabe esto ya, por favor, es insufrible” pueden ser ejemplos prototípicos de pensamientos negativosque surgen en este momento. Estos pensamientos son pensamientos ansiógenos, puesto que me ponen más nervioso/a aún. Por tanto, a mayor ansiedad, mayores síntomas físicos de ansiedad y más intensos. Y a mayores niveles de ansiedad, mayor credibilidad les doy a estos pensamientos. Y viceversa. Entramos entonces en una espiral en la que pensamientos y síntomas se retroalimentan, cada vez van a más.

¿Qué hago entonces? Lo lógico –pero desadaptativo- sería irme de esa situación. Y entonces, ¡milagro! Los síntomas de ansiedad desaparecen, de forma abrupta. ¿Qué aprendo entonces? Que la “única” forma que encuentro de poder eliminar esta ansiedad es, o bien evitando las situaciones donde se han producido los ataques de ansiedad –por si acaso, no vaya a ser que…-, o bien escapando de las mismas, porque ello me produce alivio de la ansiedad.

El problema radica en que estas conductas de evitación y/o escape son las que precisamente mantienen el problema a largo plazo, porque me impiden comprobar por mí mismo/a que la ansiedad no es peligrosa de por sí, que no me voy a morir si tengo ansiedad o un ataque de pánico, y que con el paso del tiempo, sin hacer nada, me habitúo a ella y desaparece por sí sola. Todo lo contrario, refuerza la idea de que es peligrosa, y la idea de que es muy difícil salir de ella. Y vuelta a empezar.

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Pero la buena noticia es que sí, se puede salir, definitivamente. ¿Cómo? Revirtiendo el proceso, de atrás hacia adelante, rompiendo el círculo vicioso de la ansiedad. Si aprendemos estrategias de afrontamiento eficaces para manejar la ansiedad (tales como relajación o cambio de pensamientos), podremos tener el control de la situación, sentirnos menos indefensos a la ansiedad y, poco a poco, ser capaces de exponernos (y habituarnos) a ella sin necesidad de evitar o escapar.

En definitiva, darnos cuenta de que los propios síntomas de ansiedad no son intrínsecamente peligrosos o amenazantes. Y romper de una vez por todas con el miedo al miedo.

No lo dejes y ponte en manos de un profesional.

Fuente: www.centropsicologicocpc.es


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