Las normas, esas aguafiestas en esto de educar.


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Al ponerlas, aparecemos como los malos de la película, tenemos conflictos con las personitas que más queremos en el mundo.  Pero claro, hay que poner normas, ¿o no?

Vamos a dar unas pequeñas pautas para hacer más llevadera nuestra dura misión de educar:

  1. Que luego no digan que es que no sabía que eso no se podía hacer. Para evitar conflictos, malos entendidos y arrebatos que nos puedan hacer parecer la niña de El Exorcista en medio del enfado, es mejor que las normas sean claras, concisas y conocidas por toda la familia. Por ejemplo: en las camas no se salta, no se come chocolate encima del sofá, no se ve la tele por la mañana, no se pueden pedir las cosas con rabietas… Pero claro, como el no porque no no nos gusta a nadie, seguro que nuestros hijos aceptan mejor las normas si les decimos lo que SÍ pueden hacer. Por ejemplo: No se puede saltar sobre la cama, pero si se puede jugar tumbado sobre ella con todos los juguetes que quieras. Puedes comer chocolate sentado en una silla y con una servilleta al lado. Y antes de levantarte, enseñar las manos limpias. No se ve la tele por la mañana, se puede poner música en su lugar. Y la tele por la tarde.

No se puede pedir las cosas con una rabieta, sí con sonrisas y “por favor”

  1. Que tengan clarinete lo que pasa si no obedeces una norma… y que no sea un castigo sin sentido. Por este mismo motivo de no dejarnos llevar por el arrebato del momento, es interesante que las consecuencias de incumplir las normas sean conocidas de antemano y que guarden cierta lógica natural con respecto al incumplimiento. Incluso podemos establecer con ellos las consecuencias de no cumplir las normas. Así será más fácil que entre ellos se impliquen y asuman su compromiso y sus consecuencias. Por ejemplo: si saltas en las camas, vuelves a hacer la cama y se cierra la puerta; si manchas el sofá con comida, lo tienes que limpiar; si ves la tele por la mañana, se apaga y te queda menos tiempo de ver la tele para el resto del día, si pides un capricho en el supermercado con gritos y pataletas, no se te va a dar…
  2. Que detrás de un niño que nos desobedece… a veces hay mucho malestar. La gran mayoría de las veces, “un mal comportamiento nos está expresando un malestar”,tal como señala la psicóloga Yolanda Salvatierra. Cuesta creerlo, ¿verdad? A veces creemos que nuestros hijos se comportan mal con una sonrisa maléfica y nos hacen la vida imposible a posta. Pero, ¿de verdad creemos que el niño que se ha tirado al suelo en el supermercado y chilla y patalea porque sus padres no le compran una chocolatina lo está pasando bien? Por eso, los expertos dicen que es necesario atender ese malestar, escuchando con interés, con empatía y sin juicios, dejando claro que tienen derecho a enfadarse, pero que no vamos a tolerar el comportamiento inadecuado. Por ejemplo: “Entiendo que te enfades si no te doy el capricho en el súper, pero no puedes pedir las cosas berreando”. O: “Veo que estás teniendo un día duro. ¿Me quieres contar cómo te sientes?”.
  3. Que les dejemos algo de margen para que sientan que tienen algo de poder (pero solo algo…). Seguro que muchas veces tus hijos han dicho que los padres son “muy mandones”. Y es que tiene que dar rabia ver que, con esa naturaleza dictadora y con esos ojitos de pena, a veces no consigues lo que quieres. Por eso es importante dejarles cierto margen, negociando u ofreciendo alternativas. Por ejemplo: “Entiendo que quieras ver la tele ahora, pero en casa no se puede ver la tele por la mañana, vamos a buscar algo divertido que hacer” o “Puedes terminar de ver ese capítulo y por la tarde no veremos la tele o puedes dejar la tele ahora y verla por la tarde. ¿Qué eliges?”.
  4. Que no valen las mismas normas para un niño de cinco que para uno de quince.Como decían en aquella serie, los problemas crecen, igual que nuestros hijos e igual que tienen que hacer nuestras normas. Por eso, la hora de llegada a casa en el caso de un adolescente debe ir cambiando con la edad, siendo fruto de una durísima negociación (que ríete tú de las negociaciones de los diputados) en la que las pruebas de la responsabilidad de nuestros hijos y de su autonomía han de marcarnos el paso. Como cuenta el psicólogo Antonio Ortuño, responsable del proyecto Familias Inteligentes, “el crecimiento es la construcción progresiva de su autonomía y el círculo de las cosas que puede hacer va creciendo”. Antonio lo explica así: “al principio todo lo decidimos papá y mamá y algo que al principio decíamos que no tiene que pasar a ser algo negociable y luego tenemos que confiar y respetar sus propias decisiones”. Por ejemplo, a un niño de dos años no le dejaríamos salir solo a la calle, con un niño de siete lo haríamos negociando las condiciones y con un chico de 16 tendríamos que confiar en sus decisiones.
  5. Que no se te olvide reírte, aunque poner normas sea una cosa muy seria. En este sentido, el maestro Carles Capdevila nos recordaba que su hijo, que había suspendido estrepitosamente un examen, quería ir el mismo día en que se supo tan tremenda noticia a ver un partido de fútbol al estadio. Y claro, Carles le contestó: “Sí, por supuesto, vamos a ir a ver el Barça para celebrar tu 1,9 en mates”. Y él le contestó: “Vale, ya lo he pillado, me pongo a estudiar ahora”.

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