Cómo fomentar la atención de los niños más inquietos.


¿Cuántas veces no habremos escuchado: “Es que esta chica no se fija en nada, ¡está siempre en Babia!”. O al contrario: “Este chiquillo es muy movido, me vuelve loca, no para…”. Y es que algunos niños tienen problemas provocados por la falta de atención y concentración. “Hablamos de problemas de comportamiento, pero también de dificultades emocionales y académicas, que pueden enturbiar el clima familiar y derivar en fracaso escolar”, aclara Diana Aristizábal Parra, profesora asociada de la Facultad de Educación de la Universidad de Zaragoza, psicóloga y psicopedagoga. Pero, cuando esa falta de atención y concentración se muestra en algo grado, entonces “nos encontramos ante una dificultad que, llevada al plano de la patología, es diagnosticada por médicos, psiquiatras y psicólogos como Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad (TDA o TDAH)”, puntualiza la psicóloga. Sin embargo, “no todos los niños que calificamos de movidos y desatentos son TDAH, si bien es cierto que algunas de las orientaciones psicopedagógicas que se les enseñan son muy útiles también para aquellos que, simplemente, se distraen con facilidad y les cuesta estar centrados y controlar sus impulsos”, apunta Diana. Para saber si un niño padece algún trastorno de los citados o simplemente es más ‘movido’ de lo normal, lo primero que tenemos que hacer, según la psicóloga, es consultar con especialistas. A ellos les toca «valorar» si se trata de falta de atención (falta de interés, sobre-estimulación, altas capacidades…) o es realmente un déficit de atención (TDA o TDAH). Y, en cada caso, ofrecer el tratamiento adecuado.  Cuando hablamos de falta de atención, los padres podemos recurrir a una serie de técnicas que, según explica Diana Aristizábal, pueden ayudarles a mejorar.

  • Aburrimiento y curiosidad. A menudo, los padres castigamos y culpabilizamos a los niños por sus errores y dificultades, cuando, en realidad, estos no son más que una muestra de su aburrimiento, su curiosidad o, sencillamente, de su necesidad de moverse. Por eso, debemos ser claros a la hora de explicarles los comportamientos que no estamos dispuestos a permitir y ajustar las medidas de castigo, aunque siempre es preferible centrarnos más en reforzar los buenos comportamientos.
  • Rutinas claras y planificación. Cada rutina cuenta con un tiempo determinado de cumplimiento, y hay que decírselo al niño. Es muy útil anticiparle las cosas que vamos a hacer durante el día, incluso durante la semana.
  • Juegos y actividades. Los juegos, mejor si son educativos que desarrollen las habilidades relacionadas con la atención: capacidad lógica y analítica, observación, planificación, selección de estímulos… Nos referimos, por ejemplo, a laberintos, puzles, juegos de memoria, de detectar errores, de localización rápida de objetos y palabras…
  • Un lugar para jugar. Debemos crear un espacio en el que nuestra labor sea vista por el niño como un juego y en el que los mensajes que les damos sean siempre motivadores y refuerzan las actitudes positivas. Por ejemplo: «Cuando estas tan atento, este juego te sale muy bien».
  • Procedimientos. Es importante poner en palabras los procedimientos que vamos a utilizar para resolver las actividades y juegos (autoinstrucciones). Las iremos integrando para ayudarles a regular su comportamiento. Por ejemplo: «¡Vaya!, nos ha salido mal. Debemos revisar dónde nos hemos equivocado».
  • Actividad física. Conviene hacer deporte en familia o con amigos y fomentar el movimiento durante las pausas que realice el niño, cuando desarrolle tareas que exijan su concentración.
  • Atención plena. Trabajar la atención plena o ‘,indfulness’ (meditación activa) es una manera de ‘estar’ en sintonía con lo que pasa a nuestro alrededor. Refuerza la atención, la capacidad de aprendizaje, la autorreflexión y ayuda a controlar el estrés y la ansiedad. La mejor forma de enseñarles es practicando nosotros mismos. Para empezar, podemos permanecer 5 minutos en silencio, inmóviles, atendiendo a nuestra respiración, saboreando un alimento, disfrutando de un paisaje…
  • La respiración. Enseñarles a ser más conscientes de su respiración facilita la autorregulación de su comportamiento y, por lo tanto, su autocontrol. Por ejemplo, ante una tarea que requiere gran concentración, respirar de forma profunda y consciente, los pone en disposición para afrontarla y los tranquiliza.
  • Relajación. Practicar la relajación nos permite tomar conciencia de cómo está nuestro cuerpo, detectamos las tensiones y las ‘ablandamos’. Ayuda a que nuestros hijos estén conscientes, vivan el presente y aumenten su concentración. Como padres, es importante que experimentemos esta técnica para poder ayudar a nuestros hijos a practicarla. Existen muchas formas de llevarla a cabo. Para principiantes, lo mejor es empezar por una exploración del cuerpo o ‘body scan’.

Fuente: www.heraldo.es

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