Los procesos de duelo en los niños y sus diferencias con los procesos de duelo en los adultos.


 

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El duelo es uno de los retos a los que todas las personas nos enfrentamos a lo largo de la vida y, sin embargo, contamos con muy poca preparación física y mental para ello. Un caso que se agrava cuando hablamos de duelo infantil. Existen estrategias que los padres pueden llevar a cabo para ayudar a los niños a superar la pérdida de un ser querido.

Hoy aprovechamos para enseñar los procesos del duelo que atraviesan los más pequeños y en qué se diferencian del proceso en los adultos. Los procesos de duelo en los niños van a estar condicionados por:

  • La edad del niño y sus capacidades cognitivas y emocionales.
  • El estado de salud del niño en el momento de la pérdida.
  • La naturaleza de la relación que tenía con la persona fallecida.
  • La calidad del acompañamiento y de los recursos externos de los que disponga durante su duelo.

Asimismo, los niños van a presentar una serie de características particulares que los hacen diferentes de los adultos en cuanto a la forma de elaborar y vivir el duelo. Estas diferencias tienen que ver fundamentalmente con la condición o circunstancias cognitivas, emocionales y sociales que presentan los menores por el simple hecho de ser niños:

1. Los niños presentan una estructura cognitiva todavía deficiente y por desarrollar La capacidad de entender y comprender la muerte en el niño depende de su desarrollo cognitivo y de su mundo emocional. Los niños tienen menor comprensión de la muerte que los adultos. Eso no significa que no perciban o no les afecte lo sucedido, sino que las explicaciones y la comprensión de la pérdida estarán teñidas por sus propias inferencias e interpretaciones. Estas interpretaciones suelen ser limitadas, ya que están dominadas por su pensamiento mágico, concreto y literal, así como por lo que son capaces de tolerar en cada momento de su desarrollo a nivel emocional. De ahí que, aunque les hayamos explicado lo que sucede de verdad cuando morimos, ellos continúen manteniendo activas sus teorías porque durante un tiempo las necesitarán en el proceso de asimilación de la realidad.

Si los adultos, cuando estamos en duelo, necesitamos en gran medida poder hablar de lo sucedido con nuestras personas de confianza, para los niños es de vital importancia tener la oportunidad de preguntar y expresarse cuanto necesiten sobre lo ocurrido, porque generalmente presentan un fuerte deseo por conocer y saber, a diferencia de los adultos que no suelen decir nada. No debemos dejar a solas al niño en su duelo, ya que éste puede complicarse precisamente porque se ponga en marcha todo su pensamiento literal y egocéntrico, o su mundo de fantasía. Los niños pueden sentirse culpables o responsables de lo sucedido como consecuencia de lo que se movilice a nivel emocional, pueden creer que la persona va a volver porque en realidad está dormida, pueden desear ir al cielo y buscar las formas de llevarlo a cabo, etc. Calibrar lo que ha comprendido a través del diálogo y dar explicaciones acordes a su edad es esencial para ayudarle a elaborar su propio proceso de duelo.

2. Los niños necesitan la presencia real de sus figuras de apego Los menores requieren de la presencia de sus figuras de apego, generalmente sus padres, para avanzar en su desarrollo evolutivo. Mientras los adultos ya tenemos incorporadas de alguna forma estas figuras parentales y nos es menos necesaria su presencia física, en los niños no sucede así. Ellos necesitan que su padre y su madre estén presentes realmente y no de forma simbólica, como ocurre con el adulto. Perder a un ser querido en la infancia, sobre todo si se trata de una figura fundamental, como puede ser la madre, hace que el duelo sea todavía más profundo, doloroso y peligroso. Es vital poner en marcha todos los recursos externos que rodean al niño, ya que sus recursos internos son todavía frágiles y deficitarios. Sabemos que es absolutamente necesario que otra persona cercana y cotidiana para el niño tome las riendas de su vida y se encargue de ofrecerle plenamente un mundo seguro y contenedor. A diferencia de los adultos, que pueden tardar mucho tiempo en entablar nuevas relaciones y satisfacer de nuevo sus propias necesidades, los niños necesitan sentir y comprobar que sus necesidades son satisfechas tras la pérdida y buscan seguridad y abrigo en otros miembros de su entorno.

3. Los niños son menos dueños de su vida que las personas adultas. Generalmente los adultos conocen de primera mano lo sucedido con la muerte de un familiar y tienen información detallada sobre el tema, bien porque han estado presentes o porque han recibido de manera pronta todos los detalles. Los niños, a este respecto, se encuentran en una situación desaventajada frente a los adultos. La información que reciban y su participación en lo ocurrido, así como en los ritos de despedida, dependerá de lo que los adultos decidan hacer o no con el niño y con la pérdida. Por este motivo, algunos menores pueden ver complicado su duelo, ya sea por no recibir información, por permanecer excluidos o bien porque ésta sea inadecuada para su edad. Lo que se le dice al niño, cómo y cuándo se le dice influye enormemente en el desarrollo de su proceso de duelo. Un manejo inadecuado de la información puede añadir al duelo del niño nuevas dificultades tanto cognitivas como emocionales.

Además, los niños dependen de los adultos para expresar y consolar su dolor. Mientras que las personas mayores pueden acudir en busca de otras fuentes de apoyo y contención si no han recibido consuelo de otros adultos, los niños están más limitados y rara vez tienen la posibilidad de llevar a cabo una nueva búsqueda de personas que les comprendan en su pena y en su duelo.

4. Los niños tienen un modo particular de expresar sus emociones. Lo primero que debemos saber es que los niños no pueden mantener durante mucho tiempo un estado de aflicción y de pena. Ni siquiera los adultos podemos estar constantemente afligidos, por lo menos con toda su intensidad, a pesar de haber sufrido la muerte de un ser querido. A veces el dolor se “olvida” por momentos cuando alguna circunstancia más inmediata se nos impone. En el caso de los niños, aún es más frecuente que sus emociones oscilen y pasen de momentos de pena a concentrarse y ocuparse de otras cosas como jugar, ver la tele, charlar con un amigo, etc. Esto no significa que el niño no esté en duelo o se haya olvidado de su familiar, sino que su condición de niño hace que sus estados de ánimo sean más cambiantes. En ocasiones, los cuidadores del niño piensan con cierto resentimiento que lo que sucede es que ya no echa de menos a la persona que ha fallecido, cuando en realidad lo que ocurre es que los niños no pueden estar constantemente en la pena y el dolor. Además, suelen permitirse disfrutar de los juegos, los amigos, etc. mientras que los adultos pueden sentir que traicionan a la persona fallecida si empiezan a disfrutar de algunas cosas. Por otra parte, y a diferencia de los adultos, los menores expresan sus emociones utilizando unos registros diferentes. Su pena tiende a expresarse más con el cuerpo y el comportamiento que con la palabra. El juego, el dibujo y los cuentos son el medio de expresión natural de los más pequeños.

Por ello, debemos estar atentos, acompañar y animar a los niños a que dibujen, jueguen o inventen historias, porque estas serán sus herramientas para tratar de comprender y elaborar su duelo. Es bueno que nos sentemos con ellos y les pidamos que nos cuenten el dibujo o nos cuenten una historia sobre él. Ésta es sin duda una terapia curativa para ellos. Para que los niños puedan expresar y canalizar sus sentimientos necesitan ver las emociones del adulto. Nosotros somos quienes servimos de modelo a los más pequeños en su aprendizaje emocional. Por tanto, el niño necesita ser partícipe de las expresiones verbales de sus mayores: ver su pena y su aflicción, sin que ésta sea abrumadora, les ayuda enormemente a poder comprender e interpretar lo sucedido.

Si un adulto teme mostrar sus sentimientos o rechaza hacerlo, es muy probable que el niño oculte también los suyos. Además, muchas veces no llegamos a permitir al niño que se sienta triste por nuestra propia preocupación o dificultad para manejar la situación, mientras que en los adultos esperamos que este sea su estado natural cuando se encuentran en duelo.

Si eres padre y tienes dudas, te encuentras en esta situación o conoces a alguien que pase por algo parecido, no dudes en consultar a un profesional.

 

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