«No se puede trabajar con un niño con autismo sin la colaboración de la familia»


El neurólogo infantil Héctor Waisburg habló en Misiones sobre las particularidades del trastorno. Señaló que «no se cura, pero se mejora» y que en ese proceso la familia cumple un rol fundamental.

 

Hasta hace siete años se calculaba que afectaban a uno de cada 150 niños, y en el año 2000 a uno de cada 300, cuando en 1975 era de uno por cada 5.000 chicos. 
 
Según las últimas estadísticas, en la actualidad, en la Argentina afecta a uno de cada 68 chicos. 
 
PRIMERA EDICIÓN charló con el neurólogo infantil (especialista en autismo) Héctor Waisburg, quien dio detalles acerca de la enfermedad, remarcó sobre las “alarmas rojas”a tener en cuenta y habló sobre el rol de la familia y el docente en el proceso diagnóstico y posterior tratamiento.
 

“A veces decimos que un niño tiene autismo con lo cual le damos singularidad, pero el autismo se presenta en los niños en forma muy diferente. Es muy heterogéneo, variable y tiene una trayectoria diferente de acuerdo a la gravedad”, señaló Waisburg e indicó que “el diagnóstico temprano es la esencia de la intervención temprana y el tratamiento temprano, lo que nos permite un mejor pronóstico”.
 
En la actualidad se habla de trastornos del espectro autista “por la gran heterogeneidad que tiene y la Academia Americana de Psiquiatría aconseja que a los niños en quien uno formula la sospecha de autismo se los clasifique en leve, moderado o grave”. Dicha clasificación “depende de dos hechos troncales en el pronóstico del autismo: cuántos recursos cognitivos o cuántas capacidades intelectuales tiene el chico y la velocidad con que desarrolla el lenguaje. Esos son los dos pilares en el pronóstico”.
El neurólogo infantil indicó que “el autismo es un trastorno neurobiológico y que, en esencia, no se cura”, pero “sí se mejora y se puede modificar la calidad de vida del chico y la familia”.
 
En relación al tratamiento indicó que “es una intervención intensa, diaria, constante, sostenida”. Destacó que muchas veces en el niño pequeño es domiciliaria y siempre la familia se transforma en un intermediario fundamental, “no se puede trabajar con un niño que presenta síntomas autistas sin la colaboración de la familia”.
 
Alarmas rojas
Poca demanda, pasividad, interés en jugar repetitivamente, son algunas de las “alarmas rojas” que detalló el profesional. “Uno debe sospechar cuando un niño en el primer año de vida es pasivo, cuando para los ocho meses no responde al nombre o cuando tiene poco balbuceo, poca emisión de sonidos, más interés en jugar repetitivamente con objetos que en mirar a las personas”. 
 
Explicó que, en general, “eso se asocia a veces, no siempre, con retraso en la adquisición de pautas motoras o con alteraciones en la integración sensorial. A veces es un chico más irritable, con mucho llanto, con muchas dificultades en el sueño, que le molesta la luz, los ruidos, prefiere estar en ambientes calmos. Pero, en esencia, la alarma roja es cuando no responde al nombre, cuando al año no hacen ‘chau’, cuando la demanda es pobre”. 
 
Waisburg remarcó que en ocasiones “los chicos se movilizan corporalmente en forma normal pero socialmente tienen un mal contacto”.
 
El tratamiento es fundamental para la mejora en la calidad de vida. Con respecto a ésto señaló que “los efectores terapeúticos para este tipo de tratamiento siguen siendo limitados porque es una terapia que solamente requiere personas, individuos, no aparatos, no computadoras extrañas ni tecnología de alto vuelo. El tratamiento lo hacen personas a personas y esto requiere un trabajo en equipo con un criterio interdisciplinario en donde se practiquen las incumbencias de cada uno de los profesionales”, porque “en el autismo uno tiene que lograr que la persona sea comprendida. Todas las técnicas están condicionadas a modificar conductas pero cuando los chicos empiezan a ser manejados y a tener la sensación de que a través de sus gestos o movimientos son comprendidos, se calman y es ahí donde mejoran su estado de ánimo”.
 
La importancia de la educación
“Hablar de autismo es hablar de un trastorno del neurodesarrollo, que en la infancia son muy frecuentes. Ocupan el 25% de la consulta pediátrica, desde un chico que camina tarde, se sienta tarde, habla tarde, un chico que no juega mucho con sus pares, hasta el otro extremo de un niño que tiene un trastorno en la comunicación, socialización e intereses que los formula dentro del espectro. El pediatra tiene que estar atento a toda esta gama de representación pero los dos protagonistas centrales en esta historia son los padres y el docente”, consideró el especialista.
 
“Es decir, en ese período de la vida que son los primeros dos o cuatro años, muchas cosas que los papás no ven, las ven los docentes y viceversa”. 
 
Muchas veces sucede que “las diferencias entre la normalidad y la anormalidad a veces es sutil en niños pequeños. Pero de todos modos la concientización es que su detección temprana e intervención temprana mejora el pronóstico y la calidad de vida, no solamente del niño sino también de la familia”.
 
En ese sentido señaló que “el docente es un protagonista esencial”. Lo calificó como “un colaborador y un socio en el acto terapéutico con el niño autista porque el tratamiento, la estrategia terapeútica tiene varias patas: uno son los profesionales especializados, otro la familia y también la escuela que es fundamental en todos los aspectos”.
 
Explicó que la inclusión de un niño en una escuela especial depende mucho de sus recursos cognitivos, la intencionalidad de aprender y la posibilidad del lenguaje. “Hay muchos chicos dentro del espectro que tienen trastornos leves que transcurren todo el primario en una escuela normal” y destacó que “un chico dentro del espectro autista menor de seis años, sin lugar a dudas, es un chico que tiene que estar en contacto con los niños normales”.

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