Un asunto de todos


 

            Hablar de abusos hacia un menor es un tema que levanta ampollas. Nos encontramos ante un fenómeno que, lamentablemente, cada vez presenta mayor frecuencia y tiene una alta repercusión en los medios de comunicación. Recientes estudios han reseñado que España, junto con Estados Unidos, son los países con el porcentaje más elevado de casos. El agresor, suele formar parte del núcleo familiar.

            ¿Cuándo hablamos de abuso sexual? Existe una gran dificultad para unificar los criterios a la hora de determinarlo. Muchos son los elementos que deben definirse correctamente: hasta dónde se extiende la infancia, qué conductas se consideran un acto abusivo y cuáles han sido las estrategias utilizadas por el agresor para cometerlo. Esto ha conllevado consigo una gran polémica acerca de lo que se puede considerar abuso sexual. En nuestro Código Penal actual se hace referencia a los “Delitos contra la libertad sexual”, donde los abusos sexuales se definen como atentados contra la libertad sexual de otra persona que no consienta, lo cuales no (necesariamente) conllevan violencia o intimidación. En cuanto a la edad, se establece que el que se cometa sobre un menor de trece años será considerado no consentido, así como en personas mayores de dicha edad y menores de dieciséis, si se utiliza el engaño para lograr tal fin. El acoso sexual consiste en la solicitud de favores sexuales para sí mismo u otra persona, prevaliéndose de una situación de superioridad, con el anuncio expreso o tácito de causar daño a la víctima, dada la posición de inferioridad de la misma en la relación.

            Las elevadas tasas de casos sin embargo, no correlacionan con las denuncias presentadas. Normalmente, el niño no comunica la situación, ya sea por vergüenza, por miedo a las consecuencias (principalmente cuando el agresor es algún familiar o conocido) o simplemente, porque no es consciente de ser una víctima. Nos encontramos además con que el incremento de manifestaciones de abuso sexual infantil en las últimas décadas, ha llevado aparejado un aumento de las denuncias inconsistentes, no de por sí falsas, sino insuficientemente fundamentadas y objetivadas, donde la única evidencia es la declaración del menor.

            Existen una serie de indicadores que nos pueden ayudar a reconocer si ha padecido un abuso. Los físicos son poco frecuentes y muy variables, ya que los abusadores no suelen usar la fuerza sino el engaño, autoridad o poder con el menor y las lesiones provocadas pueden ser compatibles con otro tipo de alteraciones o enfermedades (infecciones genitales, desgarros, sangrado, etc.).  Los afectivo-conductuales pueden ser captados por cualquier persona cercana al niño. Estos son más comunes que los físicos (si bien pueden confundirse con diversas problemáticas del menor) y van desde el estrés postraumático hasta la agresividad y el consumo de drogas, pasando por retraimiento social, hiperactividad, trastorno del sueño, fobias, tristeza, trastornos de conducta alimentaria, entre otros).  Los indicadores sexuales son, junto con la revelación del menor, altamente específicos de un abuso sexual. Principalmente, las conductas sexualizadas precoces y los conocimientos inusuales para la edad. Además pueden mostrar agresividad en los juegos sexuales con otros niños; masturbarse de forma excesiva o compulsiva; preocuparse u obsesionarse con el sexo haciendo preguntas y comentarios; presentar una conducta seductora o provocativa; utilizar un lenguaje soez u obsceno; exhibir sus genitales de forma recurrente). Estas conductas sexuales no se han de confundir con aquellas que son saludables de los niños: las que tienen lugar de forma espontánea y voluntaria entre infantes de similar edad, pudiendo provocar placer, diversión, vergüenza y un grado variable de inhibición o desinhibición.

            ¿Qué hacer si un menor nos revela que ha sido víctima de un abuso? Es importante señalar que no seremos nosotros quienes decidiremos si la situación se ha dado o no, ello corresponderá a las autoridades competentes, y en el caso de que se presente una denuncia y esta prospere, será el juez quien tenga la última palabra. Nuestra tarea consistirá en escuchar al niño describir la situación, con calma y atendiendo a todo lo que dice, evitando interrumpirle y sin obligarle a que muestre lesiones (si las presenta) o comente sus sentimientos. Se ha de hablar con él en privado, en un lugar tranquilo, tratándole de forma cariñosa, con dignidad y respeto. Debemos transmitirle empatía, confianza y serenidad, evitando palabras o preguntas que puedan alterarlo (del tipo “por qué”: “¿por qué no lo has contado antes?”; “¿por qué no te defendiste?” etc.). Una vez finalizado el relato, se ha de reforzar el hecho de que lo haya comunicado y que debe sentirse orgulloso de ello; decirle que es normal que tenga miedo y esté preocupado, pero que no es culpable de lo sucedido. Ante sus dudas, se ha de contestar con sencillez y sinceridad, explicándole que debemos informar de la situación y que actuaremos con mucho cuidado, buscando la ayuda necesaria para que no vuelva a suceder y evitando promesas que no podamos cumplir.  Lo siguiente es averiguar si actualmente está fuera del alcance del abusador para tranquilizarle y explicarle lo que haremos a continuación, que será notificar la situación a la familia (a excepción de los casos de abusos intrafamiliares), Servicios Sociales o a la Policía.

            En este punto, se ha de resaltar la importancia de notificar el supuesto abuso, sin determinar, a priori, si se ha dado o no y para poder proteger al menor en cuestión. Esto se puede realizar de diferentes formas. La más idónea es mediante informe escrito, detallando lo que nos ha contado la víctima. Otra opción es en persona o por teléfono. Habitualmente, los Servicios Sociales solicitan a los informantes sus datos personales, no obstante, dichos datos no son de dominio público y por lo tanto, el abusador no puede acceder a ellos. Cualquier denuncia será investigada, incluso si esta es anónima.

            Denunciar un caso de abuso sexual es asunto de todos. No es necesario que sea por parte de un familiar, únicamente basta con ser mayor de edad y tener conocimiento de causa. Proteger al menor es la tarea primordial y el primer paso es ser consciente de que es una realidad que vive en nuestras calles y es nuestro deber hacerle frente.

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